El Candidato by Nacho Abad

El Candidato by Nacho Abad

autor:Nacho Abad [Nacho Abad]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788491649588
editor: La Esfera
publicado: 2020-11-10T23:00:00+00:00


9

A Esther nunca le apasionó ponerse el uniforme de Policía, pero desde que salió de Homicidios y entró de responsable en el grupo de Seguridad Ciudadana no le queda otra. Gajes del oficio. Pensó que el cambio no le iba a gustar nada. Pasarse el día sentada en un coche o compartir un espacio tan pequeño durante horas con un compañero que puede no caerte bien no se le antojaba un buen plan. Creyó que echaría de menos la investigación, pero ¡qué va!, todo lo contrario. Patrullar le dispara la adrenalina. Ser la primera en llegar, en intervenir en situaciones críticas, aunque, eso sí, se niega a conducir.

Cada día, la inspectora da a primera hora una pequeña charla a los agentes de su turno en la base. Luego coge el teléfono de coordinación que deja el responsable anterior. Sirve para comunicarse con los jefes en caso de urgencia y para llamar a los grupos cuando la intervención corresponde a su ámbito de actuación: si se trataba de un robo, al de atracos; un asesinato, al de homicidios; un secuestro, al negociador… Odia los despachos. Por eso, al igual que sus compañeros, sale a patrullar. Ella escucha todo lo que ocurre en Castellón y siempre acude de apoyo a los casos más complicados o graves, como peleas, violencia de género o crímenes.

Aquella mañana, tras la charla habitual, se monta en el coche con Alberto, su segundo, un agente sagaz, habilidoso al volante y con un cuerpo contundente, de los que disuaden cuando salen del vehículo y se despliegan. Le pide que conduzca hasta el barrio de La Guinea, a la calle Cati.

—¿Qué pasa? ¿Tienes ganas de acción antes incluso de tomar el primer café?

Esther sonríe a modo de respuesta.

No tardan mucho en cruzar la ciudad.

—¿Quieres que te acompañe? —pregunta Alberto, al ver que Esther se baja y no le dice nada.

—Mejor espera aquí.

Sube las escaleras en tensión, no por nada, sino porque forma parte de su estado natural cuando lleva el uniforme y visita lugares potencialmente conflictivos. Al llegar al rellano, observa entreabierta la puerta del domicilio de Mónica. Se le eriza la piel. Quizá se trate de un descuido, pero saca el arma y la sujeta con ambas manos antes de llamar al timbre y gritar el nombre de Mónica. Solo recibe su eco como respuesta. Empuja la puerta con el hombro y se cuela en la casa.

Camina despacio, revisando cada habitación, con el arma por delante para asegurar el espacio. Encuentra a la dueña en la cocina. En el suelo, con cara de sorpresa, los ojos abiertos y un destornillador clavado a la altura del corazón. La deja ahí tirada y termina de comprobar el domicilio por si el agresor estuviera todavía dentro. Cuando confirma que no hay nadie, guarda la pistola en la funda y avisa a Alberto.

—Aparca en cualquier acera y sube al primer piso lo más rápido que puedas —ordena.

Lo lógico es que precinte la escena y llame al responsable de guardia del Grupo de Homicidios, pero no lo hace.



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